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Querido viaje a Ítaca...

Conservo en mi memoria, un álbum de recuerdos de lo más pintoresco. Momentos de terror,

conversaciones que me impactaron o días que se grabaron a fuego en mi retina durante las primeras etapas de mi “viaje a Ítaca”. Mi padre siempre nos recitaba a mi hermana a mí este antiguo poema. Era pequeña -e inocente- y no entendía la fijación de mi padre por aquel lugar, pensaba que quizás era algún lugar al que quería ir de vacaciones o una remota ciudad que visitó durante su juventud.


Cuando emprendas tu viaje a Ítaca

pide que el camino sea largo,

lleno de aventuras, lleno de experiencias.

No temas a los lestrigones ni a los cíclopes

ni al colérico Poseidón,

seres tales jamás hallarás en tu camino,

si tu pensar es elevado, si selecta

es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.

Ni a los lestrigones ni a los cíclopes

ni al salvaje Poseidón encontrarás,

si no los llevas dentro de tu alma,

si no los yergue tu alma ante ti...


Yo solo podía pensar en quién querría tardar tanto en llegar hasta la misteriosa Ítaca, si la mejor parte del viaje es la llegada a tu destino, cuando porfin puedes estirar los pies y descansar. Años más tarde, escuché el dicho “confía en el proceso” y decidí convertirlo en mi lema de vida. En ese momento, tuve un flashback a aquella tarde en la que mi padre recitaba ese poema y yo no paraba de pensar en por qué no conocía a nadie que hubiese viajado a Ítaca. En ese momento, todas mis dudas se resolvieron, como en el momento que encajas la última pieza del puzzle. Ahí, sentí como se desbloqueaba en mi mente aquella incógnita.


Nunca tuve el placer de conocer a un lestrigón ni a un cíclope. Siquiera sabía si se trataba de una especie animal o del gentilicio de los residentes de Ítaca. No les temía en absoluto, ni al

gran Poseidón, el dios de los mares, porque yo nunca me alejaba de la orilla de la playa para arriesgarme a vivir una experiencia en las profundidades marítimas. Años más tarde, descubrí que todos esos seres mitológicos, se materializaban en inseguridades y frustraciones que fueron apareciendo en las diferentes etapas de mi “viaje a Ítaca”. Dejé de temerles y comencé a ver en ellos cierta belleza. Tenía tanta seguridad en que algún día llegaría a mi Ítaca, que se convirtieron en mero atrezzo del camino, fundiéndose con las personas que pensaban que estaba perdiendo el tiempo.


...Pide que el camino sea largo.

Que muchas sean las mañanas de verano

en que llegues -¡con qué placer y alegría!-

a puertos nunca vistos antes.

Detente en los emporios de Fenicia

y hazte con hermosas mercancías,

nácar y coral, ámbar y ébano

y toda suerte de perfumes sensuales,

cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.

Ve a muchas ciudades egipcias

a aprender, a aprender de sus sabios...


Entendí la importancia de viajar y visitar nuevos puertos, abriendo la mente a nuevas oportunidades. Cuando decidí emprender mi viaje a Ítaca, el periodismo de moda era mi principal objetivo. No era capaz de tener una visión panorámica y ver lo que había más allá. Pero al embarcarme en esta aventura madrileña, el sendero me presentó la oportunidad de navegar entre artículos de belleza, donde recolecté “hermosas mercancías” traducidas a conocimientos y una nueva pasión -que siempre estuvo latente-. Tenía razón Konstantino Kavafis (1911) al afirmar que la belleza reside en los conocimientos adquiridos a lo largo de este largo viaje.


Suscribiendo las palabras de Charles Dickens en Tiempos difíciles (1854), “se impone la idea de que la belleza es un valor superior que hay que materializar a toda costa, hasta tal punto que para muchos la propia vida será vivida como una obra de arte”. ¿Estoy a favor de romantizar cualquier acción de nuestra vida como salir a comprar el pan? Sin duda. Porque cada paso que damos, puede ser un bonito aprendizaje. Durante mucho tiempo, asocié la belleza a la perfección. Una perfección, que más allá de enriquecerte, conseguirá que te vuelvas completamente loco. Porque la perfección no existe, pero sí es posible encontrar belleza en la imperfección. Al final del viaje, al llegar a Ítaca, no recordarás si aquel párrafo de un artículo que escribiste al empezar tu carrera estaba perfecto o no. Pero te acordarás de que pudiste escribir un artículo sobre aquello que amabas. Esa es la belleza defiendo.


...Ten siempre a Itaca en tu mente.

Llegar allí es tu destino.

Mas no apresures nunca el viaje.

Mejor que dure muchos años

y atracar, viejo ya, en la isla,

enriquecido de cuanto ganaste en el camino

sin aguantar a que Itaca te enriquezca...


Me lo tomé al pie de la letra, y convertí este viaje en una constante fiesta. Nunca me olvido de Ítaca y confieso el terror que me invade de vez en cuando al pensar qué pasaría si nunca logro llegar a alcanzarla. Cuando consigo neutralizar al síndrome del impostor, cojo impulso y vuelvo a disfrutar de los éxitos diarios. Y me mentalizo de que si algún día decido atracar en otra Ítaca distinta, tendré la conciencia tranquila al saber lo que disfruté en este viaje.


Nadie habla bien de las prisas, no son un buen copiloto. Son de esos que cambian las canciones a mitad y se olviden de avisarte de la siguiente salida. En ocasiones he sido impaciente, no me gustaba sentir que estaba perdiendo el tiempo.


...Itaca te brindó tan hermoso viaje.

Sin ella no habrías emprendido el camino.

Pero no tiene ya nada que darte...

En cierta manera, emprender mi viaje hacia Ítaca, me devolvió las ganas de apostar por algo. Sin ella, no habría emprendido el camino, directamente, podría no haber emprendido ningún camino. Quizás es por ello que me esté enamorando de Ítaca, aunque ella crea que no me está dando nada, me llena de hermosos momentos imperfectos.


Considero que no todo el mundo tiene la capacidad de ver el lado bueno de las cosas. Y no sabría explicar la relación que tiene, pero desde que lo hago, mi vida es más “hermosa” -o así la percibo-. Y no paran de decirme lo bella que estoy también por fuera. Umberto Eco en "Historia de la belleza", postula que "la búsqueda de lo bello ha sido un propósito persistente y una aspiración profunda en cada uno de sus momentos". La vida nos da momentos, y depende de cada uno el ver lo bonito, aprender y llegar a Ítaca con una larga lista de aprendizajes.


...Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.

Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,

Entenderás ya qué significan las Ítacas...


No he necesitado morir para entender el mensaje que Konstantino Kavafis quiere transmitir en los versos de este poema. La importancia de disfrutar el camino, los baches y las subidas y no solamente ansiar el objetivo. Mi padre asemejaba Ítaca a la muerte, pero creo que podemos extender esta metáfora a todos los procesos de nuestra vida.


La Marta que hoy escribe estas palabras, es muy diferente a la Marta de 15 años, que tenía grandes aspiraciones en la vida y si algo no salía según lo planeado, seguramente iniciaría una rabieta. Quizás el miedo al fallo o mi gran perfeccionismo fueron los culpables de que no pudiese disfrutar de los procesos que he vivido. Asociaba la belleza a la perfección, no era capaz de disfrutar de todo lo que me estaba ocurriendo porque creía que no se acercaba a mi destino… ERROR… De vez en cuando, respiro hondo y me siento en un banco a observar cómo está siendo mi recorrido hacia Ítaca. Sirve para coger impulso y darme cuenta de que todos los pequeños pasos que un día vi “inútiles”, hoy me han ayudado a dar pasos con más fuerza.

Siempre tuve un objetivo, lograr vivir siendo periodista de moda y belleza. Y a día de hoy, todavía no he logrado llega a mi Ítaca, sigo labrando un camino. ¿Me gustaría llegar pronto a mi Ítaca? Sería hipócrita si lo negase, pero ser joven en Madrid sin un trabajo fijo, es un gran reto. Pasito a pasito, con momentos de euforia -como la oportunidad de realizar prácticas en Vogue España- y pequeños baches en el camino -como el abismal precipicio de "y ahora qué hago"-. Incluso acabé cogiendo cariño a mi peor enemigo, el síndrome del impostor.


No ha finalizado mi viaje a Ítaca,

pero solo pido una cosa; que sea largo

para disfrutar de todos los momentos que la vida me quiera ofrecer

antes de llegar a mi puerto.


Quizás vuelva a leer estas palabras en unos años

cuando haya llegado a Ítaca o esté viajando en otra dirección,

con subidas y bajadas,

con más aprendizajes,

pero siempre orgullosa del proceso.


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